Aquel bar
Este fin de semana me ha dado por salir con unos amigos a un lugarcito a unos minutos del trabajo de uno de ellos, la cita se arreglo con un par de llamadas, antes de que terminara el día estábamos tres buenos amigos compartiendo unas cervezas en aquel bar que tiene muchas historias nuestras celosamente guardadas en sus paredes, desde universitarios solíamos vernos en él cuando del corazón se trataba, así que no era raro visitarlo.
Fui yo quién convoco a aquella reunión para darle algo de amistad a un cuerpo algo maltrecho y a un corazón algo marchito de querer y no saber como voz; siempre hablamos de trivialidades con las primeras dos rondas, el tema principal se tocaba después, para cuando se ánima al corazón, se sienta, se hace de una voz y palabras para contar su historia con aquella mujer que le ha puesto la vida de cabeza, se siente algo herido, las razones pueden ser solo suyas o de ambos, pero es su realidad la que cuenta parecida a la de muchos y tan particular como su alma.
Al hablar no omite detalles, se encuentra con camaradas de batallas similares, por momentos su historia se parece a alguna de los escuchas pero con diferentes diálogos y actores, las conclusiones siempre las mismas, las lagrimas son nuevas y las razones añejas como el vino que descaza en la mesa, y en cada trago amargo se expele una desilusión, una aventura mal termina, una razón para el siguiente trago. Son muchas las botellas vacías que descansan inertes sobre la mesa, como inertes se encuentran las intenciones.
Con las articulaciones tan endebles como las intenciones de comenzar de nuevo contamos a aquellas paredes secretos del alma, del corazón, del vivir que en pocas ocasiones encontrarán palabras y oídos dispuestos; todos los ahí presentes siguieren una solución a tan complejo problema. El bar anuncia se cierra la barra, en 15 minutos no se podrá servir un trago más, yo necesitaré un poco mas de tiempo para curar estas nuevas heridas, y las cicatrices me recordarán mi pasado. Mis amigos me cuentan de mi futuro sin ti, sin tu recuerdo, sin tus cabellos sobre la almohada, yo diré que es lo mejor mientras me pregunto que estarás haciendo ahora.
He llegado a casa con los sentidos diezmados y tu recuerdo intacto, sin ganas de dormir, amándote como ayer y como seguramente lo haré mañana; la mañana me sorprende pensando en ti, y con un dolor de cabeza que me recuerda que el amargo de mi realidad no se pasará en el transcurso del día, ni este dolor se curara con una pastilla. Seguramente tendré que saludarte cuando nos topemos en algún lugar, tu de la mano de alguien y yo con tu recuerdo cicatrizado en el corazón, envidiando un poco a aquel que ahora toma tu mano y preguntándome que salio mal, si serás feliz o si yo lo seré algún día.
En esta ocasión fui yo quien llamo a los camaradas para hacer el recuento de los daños, en aquel cuartel con fachada de bar que espera nuestro regreso con la bitácora de lo vivido escrito en las paredes, una botella de buen vino como catalizador de las emociones y la esperanza de que la próxima reunión sea para anunciar un retiro, porque un colega describa su batalla final, en la que ha ganado una nueva vida y un retiro voluntario a una vida compartida.