Si Hades fuera chilango y Atenea la Primera Dama

octubre 19, 2004

A los inmortales

Nuevamente me he preguntado porque los inmortales se niegan a si mismos y se remiten a su pasado mortal. Estos seres que han logrado trascender las fronteras de mortalidad. Ellos, que pueden explicar por experiencia propia lo que es el paraíso y deciden, por omisión o por convicción, permanecer en este tártaro mortal buscando respuestas a no se que preguntas. Les observo y siento esta necesidad de gritarles lo que es ser mortal, con la esperanza de recordarles lo que les pertenece.

Todos nacemos mortales, ejercemos el derecho de vivir en compañía de seres como nosotros, es en este diario devenir del existir, sin aviso, sin desearlo. En ocasiones sin quererlo, los dados del destino coinciden y se nos da la oportunidad de trascender en la vida de alguien, de trascender en la vida propia; se encuentran coincidencias, razones, atenuantes para atreverse a soñar, se da forma a las esperanzas y cuerpo a las utopías. El universo que hasta ese momento luce como inmutable, encuentra la fuerza faltante para volverse maleable, se crean espacios a la medida para ese otro universo, ahora solo se entenderá en plural, se crea un nosotros que espanta a la soledad, que mitiga al egoísmo.

Se teme siempre que sea finito, en ocasiones se nos otorga en préstamo, en consignación; puede durar lo que un suspiro o hasta el último de ellos, pero después de ello no es comprensible observar un mañana igual que un ayer, la vida misma no se puede observar a través del mismo lente. Los mortales, los que no hemos tenido la oportunidad de espantar a la soledad ni por un minuto nos vemos en la necesidad de vivir con ella inmersa en nuestra sombra, con el tiempo es necesario firmar con ella el armisticio que nos permita estar expectantes de un futuro distinto, con la esperanza intacta, atentos a los mismo dados que les han dado la inmortalidad a otros.

Soñamos con que se nos otorgue oportunidad de evitar la muerte.

Nosotros, los que no hemos coincidido en las intenciones, deseamos el mañana en el que enamorarse se convierta en tarea de dos, construimos nuestra utopía alrededor de la promesa que nos fue dada cuando nos enamoramos, de esa energía que movió nuestro universo y que a pesar de no coincidir alimento nuestras esperanzas, nos regalo el sueño de un mundo construido para dos, de un espacio en el que se vive a través de un solo corazón, de un caminar tomados de la mano, bebiendo de un mismo vaso, compartiendo un lecho en el cual se sueña y se despierta enamorado.

Es por eso que no entiendo a los inmortales, no los entiendo cuando temen, cuando se niegan a apostar el corazón en una nueva intención, se reservan los sentimientos para mejor ocasión, pretextan desencanto o fracaso, se han olvidado que el solo hecho de enamorarse da alegría al vivir; ellos, que lo han vivido en compañía, que cierran los sentidos a una nueva posibilidad son a los que no entiendo.

Este mortal que hoy escribe se levanta todas las mañanas para pedirle al destino que tire los dados nuevamente. Mientras ellos ruedan, él toma un ducha y se sirve una taza de café y en cada trago se imagina que coinciden, con el humear de la taza escribe un nombre, una intención y una ilusión. Se va trabajar y deja que el día le entregue sus incertidumbres, aunque aún siga sin entender a los inmortales.