Si Hades fuera chilango y Atenea la Primera Dama

agosto 03, 2004

Manifiesto de un católico que dejo de serlo.

En 1492 Colón llego a América. Un par de años después Cortés llegó a tierra azteca con un puñado de soldados, gripa y viruela bajo el brazo tomando para España un imperio. A los dueños de esas tierras les fue arrebatada la identidad, a cambio se les entrego un idioma y una religión, la fe en los dioses de piedra les fue cambiada por la promesa de un paraíso tras la imagen de un profeta clavado en una cruz.

Más de 500 años de fe y religión católica hicieron de Tenochtitlan un pueblo creyente, hasta la medula de los huesos, me atrevería a afirmar que hasta impresa en los genes de todos sus habitantes. Hace casi 15 años que cuestione la validez de aquellas enseñanzas aprendidas de mi madre y de colegios empeñados en hacerme un buen cristiano; con la ignorancia en la mente y el deseo de justificarme como parte de esa comunidad decidí apartarme de ella y escuchar otras voces, otras ideologías; fue entonces que me declare laico.

En esa búsqueda de identidad religiosa perdí sin percibirlo aquella razón que daba energía a mis creencias de vida después de la muerte, tome libros y vida para explorar un mundo sin santos, sin profetas, sin imágenes que venerar. Mi educación escolar me presento a la ciencia como alternativa de fe, en ella encontré razones en las cuales creer, entendí la naturaleza humana, la sociología, la biología pero sobre todo las matemáticas, estás últimas mi mejor herramienta para modelar mi vida, de un tiempo a otro el cielo se describía en elementos químicos y modelos matemáticos que la hacían comprensible a cualquier ser humano sin importar su religión.

Mi deserción de las filas del catolicismo familiar fue un duro golpe para mi madre, para mi familia. Ellos no entienden una vida sin fe, sin religión, sin creencia en una resurrección; me tomo varios años hacerme del valor para defender mis dudas ante la voces de personas a las que amo y que se empeñan en regresar a esta oveja al camino de la fe. Sin embargo mi más difícil batalla la libro conmigo mismo cuando de creer en lo imposible se trata, al punto en que en ocasiones flaqueo y me dejo guiar a una iglesia y rezo. Como en toda batalla hay momentos para combatir, momentos para ceder e instantes para considerar capitular; es en esos momentos que tomo fuerza de la ciencia, pero sobre todo de la naturaleza como regidora de los destinos de toda la raza humana, las reflexiones a las que invitan los defensores de la ciencia son mis armas para defender su supremacía ante todo lo concebido por el hombre. Estás reflexiones me han llevado a concluir que si bien es cierto intento transitar mi vida de la forma más imparcial posibles el gen de la religión siempre se refleja en los momentos de incertidumbre cognitiva.

En más de una vez me he visto levantando una plegaría por aquellos que amo y que de una u otra forma ven alterada su vida para bien o para mal, se que puede parecer hipócrita mi proceder, titubeante mi liacicidad, pero creo que solo en templos suyos podré de alguna manera honrar a los sentimientos que no puedo entregarles de una forma que les es ajena. Termino estás líneas con la esperanza de que las generaciones futuras puedan hacerse de una fe propia, ejercida por decisión y no por imposición, libres de las ataduras de la herencia. En cuanto a mi espero caminar mi vida con la fe en lo creado por la naturaleza, espero que la iglesia haga para si la perfección que le es negada por su origen humano. Espero que este mundo no lo divida la religión.